Texto: Isabel Cristina Fotos: BUBY
Carlos Díaz y Teatro El Público vuelven a la obra shakesperiana, y es esta vez La duodécima noche, el texto que sirve de inspiración al director para crear su Noche de reyes. Con un vistazo a toda la obra de Shakespeare, descubrimos que sus historias superan lo contemporáneo y podemos encontrar discursos comunes con lo más trasgresor de nuestra escena.
El espectador del Trianón se sitúa frente a un escenario bien provisto de cuerpos jóvenes, algunos lucen los sorprendentes atuendos creados por Ramos Mori, otros traen consigo los diseños de la Madre Naturaleza. En ambos casos el público heterogéneo encuentra un motivo para abrir bien los ojos.
Son usuales en la obra de Carlos Díaz los guiños a un amplio sector de público y las complicidades con los adeptos al circuito teatral. Pero más allá de eso Noche de reyes es una puesta cargada de citas, que van desde referentes tan importantes para el cubano como el clásico abrazo de Diego y David en Fresa y Chocolate, hasta un tema de Lady Gaga. Además de los naufragios, pasiones, arrebatos, ardides, apetitos, encuentros y desenfrenos ya aportados por el autor desde el original, encontramos en la escena los zapaticos de rosa, la flor carbonera, la calabacita, los 110 con vallas, y el contagioso estribillo que se va el vapor… Esa profusión de códigos, mantiene animado al espectador y a su vez exige de él una operación intelectual que no desestima el valor de la intertextualidad. Sin embargo, tal promiscuidad de signos, dificulta el camino hacia la trama textual.
Los actores se desenvuelven con tal desenfado como si improvisaran los versos del poeta isabelino, algo que se agradece desde una mirada rápida y festiva, pero si nos detenemos a escuchar, advertimos que el texto no les pesa sobre los labios, si no que sale volando a tal velocidad que resulta azaroso descubrirle sentido a las palabras.
Los personajes hablan y los actores se enfrascan en un desesperado intento por adornar los parlamentos del gran autor. Un sinnúmero de transiciones, muecas, contorsiones y gestos, celebrados por la mayoría del público, originan una pugna feroz entre reyes y comediantes. Pudiera ser un tremendo atractivo confundir al personaje sobre la piel del actor, pero resulta difícil despojar el cuerpo de ampulosidades y posturas, hasta quedarnos simplemente frente al actor, o su personaje.
El elenco, sabiamente dirigido, se mueve sobre una misma cuerda y logra el sincero aplauso del público. Creo que sobran talento, simpatía y versatilidad, pero es inevitable que desfilen sobre la pasarela, jugadores de un juego en el que cada uno lucha por la meta, como si se tratara de una carrera y no de un juego en equipo.
Carlos Díaz suelta las bridas de su imaginación, entonces prepara esta fiesta como para no aburrir al joven y entusiasta público con tanta palabra bonita. Sirva esta Noche de reyes, para validar una vez más el jolgorio y la risa, para los amantes de la diversión y la alegría. Los que vamos al teatro en busca del estremecimiento y la desnudez, esperamos con ganas un próximo estreno.