Texto : Mery Delgado
Segundo día de Casa Tomada 2013. Sesión de la noche. Un espacio inusual de representación espera en el Edificio contiguo a la Hemeroteca de Casa de las Américas, en La Habana. Pugnamos por entrar, sólo aceptan a 40 personas. El carnet de prensa me salva de quedarme fuera.
Subimos una larga escalera que lleva a un recodo donde nos hacen esperar. Este es el preámbulo de la puesta Lo único que necesita una gran actriz, es una gran obra y las ganas de triunfar. Creación colectiva de Vaca 35, de México, sobre Las criadas, de Jean Genet.
Un chupito de aguardiente ofrecido por el propio director, Damián Cervantes, y un programa de mano donde se puede leer una frase del pintor mexicano Siqueiros: Todo cuánto he hecho revela necesidad de ritmo, de simbolismo y de composición, resultan la antesala.
Y es justo eso lo que encontramos al entrar a un pequeño cuarto, todo cerrado, de mucho calor y con dos actrices: una gorda y otra muy delgada, mirándose y haciendo ejercicios de concentración, mientras esperan porque todos entremos al lugar.
El escenario de representación frontal es intimista, muy cerca del público.
Cuando estamos sentados, empieza de repente una frenética actividad de ambas, en la que la flaca no para de lavar la ropa en la pila, tras cambiarse ambas a una especie de combinación.
Los gritos que intercambian llegan a hacerte pensar que te puede caer algo en algún momento como espectador.
Cuando piensas que a alguna de las dos le puede dar un ataque, la gorda grita ¡corten!, y por fin te dan un momento de relajamiento. Solo un momento.
Todo es sorpresa.
El equipo de Vaca 35 realiza un trabajo riguroso en torno a la idea primitiva de Genet de relativizar el mal, de implicarse en las causas que lo motivan.
A través de una escenografía sencilla y coherente con el mundo de las criadas, llena de útiles laborales –el contrapunto lo ponen unos zapatos de baile que cuelgan- la obra avanza en un enredo de anhelos y rituales que se mueven entre la ficción y la realidad.
Están, desde la necesidad de comer mientras una de ellas dicta la receta, a la necesidad de bailar, del querer lavar sus cuerpos, a la necesidad de narrar un cuento antes de dormir.
Damián explota la plasticidad de estas mujeres, los contrastes de luces y la violencia persistente en todas las escenas con solo momentos de respiro. Todo eso involucra al espectador que, en cada momento, se siente amenazado.
Al final aplaudo fuerte, muy fuerte, y respiro. Se acabó la función.